Erase una vez una conejita que le gustaba mucho
caminar por el bosque. La conejita siempre iba de un lugar a otro muy contenta
bajo el sol y le gustaba recoger sabrosas moras para después hacer ricos
pasteles.
Pero llegó el invierno y todo se cubrió de nieve,
así pues la conejita tenía mucho frío y ya no salía tan a menudo a pasear.
Una fría mañana la conejita comenzó a hacer un
delicioso pastel de mora, pero la pobre conejita no tenia moras, así que salió
de casa para buscarlas.
Estaba todo nevado, y el pelo de la conejita se
veía desde muy lejos, tanto que un zorro la vio y comenzó a seguirla.
La pobre conejita corría tanto como podía, pero
el zorro la alcanzaba cada vez con más fuerza.
De pronto la conejito escucho una voz que venía
de entre las copas de los arboles:
-
¡Conejita, conejita ¡ Sube hacia la
copa del árbol . Yo te ayudare.
La conejita miro hacia arriba era un ardillita
muy pequeña que vivía en la copa de un gigantesco árbol.
La Conejita subió todo lo rápido que pudo con la
ayuda de sus patitas, cuando logro subir le dio las gracias a la ardillita:
-
Muchísimas gracias. ¿Cómo puedo
agradecértelo?- Pregunto la coneja.
-
He escuchado hablar de tus pasteles,
no me importaría que me invitaras a comer uno contigo un tarde soleada.
–Respondió la ardilla.
-
Por supuesto. – Contesto la
conejita.
Y así
cuando llego la soleada primavera la ardillita y la conejita se tomaron un
pastel de mora delicioso. Y vivieron felices y contentas.
-
No hay comentarios:
Publicar un comentario